lunes, 3 de septiembre de 2012

LXXXIII


LXXXIII


Dime dueña de mi fascinación,
La razón de mis elogios
Al son de la luz de la mañana,
La sonrisa de mi rostro
Al caminar por la senda
De vuestro perfume,
Y si me lo permitís,
El regocijo por vuestros ojos
Cuando iluminan mi vida.

Si al atardecer mis manos
Buscan el consuelo de vuestra piel,
Concededme el don de unir nuestras manos
En el paseo al placer,
Ya sea este a alcanzar las estrellas
Con vuestra voz,
O rozar vuestra alma en el sentir,
De una palabra o un suspiro
Que encandile mi corazón,
A volar con la música de su latir,
Y mostraros a los ángeles que llevo
En mi sentir,
Pues no son más que vuestros dos luceros
Que me despojan de mis talentos,
Y así yacer desnuda ante ellos
Esperando vuestro juicio,
Más no soy otra que la mujer
Que por vos suspira en silencio.

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