domingo, 10 de agosto de 2014

AZÚCAR FUNDIDO.

Desde chiquitina los ojos me brillaban con esos coloridos caramelos que a las tiendas de golosinas vendían, sus envoltorios llamativos, sus graciosos dibujos. Siempre hacia el esfuerzo de resistirme al tirón de mi madre al pasar cerca de alguna paradeta por el gusto de admirarlos….

Ese acto caprichoso siempre tenia la misma consecuencia, un sermón de ella mientras caminábamos que empezaba con…”no aceptes caramelos de extraños”, luego llegaba las razones de venenos y drogas, o de niños mas grandes con intenciones ocultas, o de adultos que buscaban secuestrarte para cosas horrendas…. Así siempre conseguía que un caramelo fuera algo amargo en mi niñez.

Cada domingo admiraba como fundía azúcar y preparaba flanes  para la comida o merienda, y disfrutaba lamiendo los restos del cucharón. Así mientras crecía saboreaba la esencia oculta de los caramelos.

Mas grande cuando ya me arreglaba para salir y que me miraran como a todas las chicas, mi madre me miraba fruncía el ceño y me repetía, no aceptes caramelos de nadie, son señuelos para acercarse y pretender algo para lo que no tienes edad. Para cuando luego llega la pascua y yendo igual de mona a casa de la abuela a merendar las torrijas con miel que preparaban juntas, mientras yo miraba por la ventana a las chicas salir en grupitos con algunos chicos.

Ya a una edad que una se independiza, me alejo de su control, de no aceptes esto y lo otro, y me doy cuenta que lo que yo no acepto ya son sus no, ni su control continuo que me tiene apartada de todos.

Salgo, bebo, fumo y hago amistades, pero por alguna razón no me compro caramelos, supongo que creo que ya he pasado la edad para esas cosas de niñas, una tarde tras un café y una carta recién leída alguien me deja un caramelo al lado de la cucharilla…

Mi madre ha aparecido de repente y ya espero sus reproches continuos…

En su mirada en cambio no encuentro esa mirada de recriminación, sino algo mas dulce que la miel, su cariño; se sienta a mi lado y dejándome muda me dice…”un dulce siempre viene bien tras una amarga noticia cariño”.

A su vez una voz rota y rasposa a mi espalda la contradecía alegando que mucho dulce engorda o da diabetes, mi madre abre los ojos como platos y luego los vuelve a la ventana, la situación se me hace cómica y me como el caramelo divertida por el giro de las circunstancias.


Algo ha cambiado y me sabe tan dulce como ese caramelo y su mirada, es su esencia en cada caricia que me daba, cada vez que me regañaba o lamía la cuchara de los flanes…

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