De cuyo nombre es mejor no acordarse, pues su fruto dejo un gusto amargo, su
consistencia se diluyo en mi memoria, aun así restos quedaron al alma, ay…. Esa
mancha de la que no deseo ni acordarme.
Cubren paredes de recuerdos oscuros, algunos grises y otros
en cambio te enlazan con la ocasión del encuentro, hasta que llega el amargo
desenlace o la huella que guió al mismo.
El tapiz de ese salón, ya deja de ser tan brillante, los
valores algo tocados de los extremos siguen constantes luchando, y la mancha no
se borra, no desaparece, es eterna en sentimiento, ya no hay remedio una se
dice, que se le va hacer dice la otra y así algunas lagrimas hacen compañía a
la eterna gloria del caído cupido.
Un paseo por el entonces nunca es agradable, trae fallos, trae desatinos, incluso como si compráramos con mala elección, acarreamos a nuestra espalda remordimientos, culpas, dudas e incluso algún rasguño de rencor… por lo que al final cargar tanto es agotador y es mejor olvidarse a cargar lo innecesario.
Las malas lenguas siempre trastocan el recuerdo vivido, las
ignoramos, la conciencia siempre trae preguntas, retrocedemos, las dudas
siempre nos provocan inseguridades, desconfiamos, nos equivocamos y con razón
desconocemos cuando tomamos la dirección equivocada.
Esas manchas siempre son un estorbo, pero también nos dan
conciencia de cómo maduramos, nos reencontramos, nos comprendemos mejor e
incluso avanzamos en hacer una elección mejor, al menos que una sea más terca
que una mula, suele suceder, hasta que se aprende de la obstinación.
Soñar es un don, desear un privilegio, aspirar es confiar,
avanzar es tener voluntad, levantarse demostrar fortaleza, olvidar ser mejor
con uno mismo….
Amar siempre renueva el espíritu, sentirse superior a tus días
pasados, positividad infinita, felicidad contagiosa, amar es el esplendor de
todo cuanto somos sin esas manchas de fallos pasados, que atentan contra
nuestro corazón.
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