Son las 7 de la mañana y ahí llega puntual mi salvador de
esa helada que me atenaza el cuerpo, ya a la estación de Cantarería el frío
cala y el aliento deja huella a la tenue luz de la farola, que alumbra mientras
el sol todavía no asoma, algo a lo lejos despunta y clarea el cielo, pero este
rincón sigue con su manto nocturno.
El tren se detiene frente a mi con su típico chirrido, la
alarma de la estación estridente dando aviso de su llegada sigue sonando
molestando a quien apenas alcanzar abrir los ojos a la calle; mientras el tren
a Torrent sigue parado al anden, a la espera que me suba a su vagón con el
resto de pasajeros, con premura corro a su interior a cobijarme de la humedad,
el aire y el frío del invierno que se han aliado en hacerme padecer, en un día
al que aspiraba algo de calor y alivio a mis huesos, no me amilano aun con la
idea que el día siga así, no me importa mi ilusión ya se
siente poderosa y en camino de cumplirse.
Tiempo atrás viajaba seguido a ese trayecto que en esa mañana era como la novedad en mi ultimo plazo de vida, todos los días lo tomaba para ir al instituto, la mitad me adormilaba a mi asiento mientras mi mente atenta al indicador de paradas para no pasar de largo la mía, en la otra mitad de viajes, con la nariz de pinocho metida a un libro, en vez repasar la lección o el examen… en algunos, la ventana era como mi escapada a un mundo desconocido lleno de oportunidades y lugares nuevos, de escenas en las que me quería perder y alejarme de todo cuanto me rodeaba, mis alas se abrían esas mañanas y soñaba sin parar.
El tren de las 7 era un refugio temporal de la vida
cotidiana, para otros el termino de un día y para la mayoría el comienzo de su
rutina… yo con el tiempo comencé a viajar por el rostro de pasajeros que me
rodeaban, los hastiados, ojerosos, risueños, aburridos buscando su aparato de música,
los curiosos que hablaban de aquí y allá en cada estación, incluso esas mentes
reservadas a la historia del libro que ese día les consumía la atención hasta
el instante mismo de bajarse, algunas incluso caminaban leyendo…
Esa mañana yo repetiría ese viaje de nuevo con la retrospectiva
de mis recuerdos, sueños, pasiones del entonces, todas esas promesas de antes volverían
a mí mientras yo me entregaba a una nueva imagen del lugar en el que comencé a
caminar de nuevo.
En el subterráneo poco me interesaba, las caras de los pocos
pasajeros del vagón sin ganas de nada, como si fueran a un entierro era la
primera visión, la desgana al subir de otros y las prisas de quienes ya se
debían apear. Un sábado no daba mucho que ver al interior de esa serpiente
metálica que se sumergía a las profundidades para emerger a las afueras de la
ciudad de valencia, cuando ya el solo hubiera asomado su cara cálida al mundo.
Ya iba a suceder, de la oscuridad a la luz diurna una parada, San Isidro
esperaba y de ahí campos y poblaciones, recuerdos y cambios, todo llegaba,
uniéndose a mi viaje de reencuentros.
San Isidro, un lugar triste al recuerdo, un lugar de pesares
y soledad, es la estación donde los ausentes descansan, allí a unos metros, el
cementerio culmina la imagen principal de quienes posan los ojos al cristal
polvoriento… triste y familiar, un lugar en donde en un pasado despedí a
alguien muy importante para mi, todos descansan a esas paredes pero nunca al
recuerdo de quienes les amaron en vida.
El tren vuelve avanzar, abandonando ese espacio de recuerdos
sombríos, su traqueteo se acentúa un poco mas, el ritmo se afianza conforme la
velocidad aumenta, las escenas se vuelven algunas borrosas, aquellas cercanas
que rodean la vía del tren, a la distancia algunas brumas de niebla ocultan
campos, en otro extremo alguna chimenea anuncia que ya elaboran pan atrayendo
la vida al municipio…
Nos acercamos a la parada de Valencia Sud, un lugar
desierto, donde muchos temen quedarse en las horas de oscuridad, esa parada
lista para hacer cambios de tren es el escalón que anuncia un nuevo tramo de
vía, para los pasajeros que van mas allá de las mediaciones de la ciudad de Valencia.
Son pocos los que se apean, el tren vuelve a lanzarse a
continuar su trayecto, la estación de Paiporta retoca la visión anterior a una
de vida tras la fría existencia de la parada anterior.
Mas gente se apea y retoman su ritmo habitual, yo espero
todavía al interior, recordando cuantas veces fui parte de esos pasajeros que
se retiraban, para unirme a sus calles
hasta una puerta a la que acudía de visita. Otro lugar con significado a mi
memoria, algo más conflictivo por las verdades y mentiras, que rodearon el
lugar y las personas que en aquel entonces, formaron una convivencia activa a
mi infancia…
Arranca de nuevo y en busca de la siguientes estaciones,
donde la esencia de su aspecto continua, donde la renovación del tiempo se
nota, mientras yo cada vez mas consciente de mi llegada al punto álgido de mi
viaje matutino.
El revisor se hace notar antes de llegar, el billete
continua a mi mano, ni siquiera lo guardé, se lo entrego al hombre de mirada
taciturna, semblante aburrido que no presta atención a nada que no sea el
aparato de sus manos, al cabo de unos minutos me lo devuelve conforme y es
justo cuando el tren se detiene y las puertas se abren para mi esta vez.
Salgo y aspiro, miro a mí alrededor, nada es igual, mi mente
tampoco es la misma que en aquellos años, me retiro del andén y me dirijo a la
salida tras echar una última mirada al tren que con un pitido, abandona el
andén despidiéndose por ahora.
Solo quedaba esperar el regreso, ese ambiente de vidas que
cambiaba su ritmo de la mañana para ejercer esa atracción de alivio general,
para unos de paz y descanso, otros monotonía y nuevas responsabilidades,
algunos con el ansia de ver a alguien, el giro emocional del ir y venir de la
persona, encuentros al vagón, besos de despedida, un lugar donde las personas
se encuentran con emociones, silencios y la risa infantil de los jóvenes.
Regocijándome entre el bullicio, soy consciente que soy un alma mas de ese
lugar de transito, que se deja llevar
sobre los raíles soñando con nuevos lugares que conocer, reconociendo las
huellas del antes y buscando nuevos trayectos con los que remontar mis sueños
viajeros, aquellos que me traen sonrisas en el traqueteo constante y la mirada
lejana de los paisajes, que contienen sueños secretos de quienes los contemplan.
Regreso hasta la ciudad, desciendo del vagón a Plaza de España,
aun al subterráneo, tomo las escaleras y asciendo hasta la sección de billetes,
hago uso del mío para salir de la zona de seguridad y me cede el paso la
maquina controladora, desde ahí mis pasos me llevan a la escalera exterior, trayéndome
el barullo y apogeo de la ciudad, es una zona céntrica pero mi intención no es
solo unirme a ella, sino llegar a una estación mayor de trenes, la principal de
valencia con el resto de España, la Estació del Nort, allí me pierdo enseguida
en horarios, idas y venidas, hasta encontrar mi interés principal, el folleto
de precios y salidas a Córdoba, otra parada de mi vida a la que visitar con
respeto, pero en otra ocasión será en la
que me entregue a los brazos amantes del recuerdo y el sueño cautivador, que
renacerá sobre las vías de un vagón distinto con un destino igual de
reconciliador que el de hoy.
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