LXXXVI
Aliento marchito
de una ilusión apagada,
voz del pasado que martiriza la voluntad,
fe y conocimiento encadenados al dolor,
amargor de limones
en los dulces deseos,
del alma apasionada que extiende sus alas,
cayendo en picado tras mirar al sol
y en su inconsciencia perder la orientación,
en ese cielo que antes llamaba a gritos,
en esa felicidad que crecía sin horizontes,
para perderse en los nubarrones,
perdiendo las plumas bajo la piedad de la tristeza
y finalmente arrastrada por el vendaval del reproche,
aquel al que nunca escuchó y ahora mordaz
clava sus garras en su presa ya perdida en sus fauces,
dignos grilletes de la culpa o las dudas
que arranca a tiras el espíritu que antes caminaba firme.
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