Tras esta charla y nuevas
preocupaciones nos retiramos, tenia que admitir que cada vez me sentía más a
fin con Eloísa, en esta ocasión en vez ver lo peor vio una solución a aplicar
para ayudarles, sin dejar resaltar esa emoción de resentimiento que evocaba en
su interior al referirse a ellos o tratar con ellos… sentí alivio y esperanza
por que ambas partes aprendieran a convivir después de todo.
Cumplimos nuestra palabra y
enviamos a dos de los nuestros cada anochecer, la primera noche se bajó con un
pequeño séquito para ayudar a contenerlos, en cuanto empezaron a atacarse se
les inmovilizó, y se les aislaba del resto, a los demás se les impedía
intervenir y agitar más a los agresivos, al que lo intentaba se le sometía bajo
las patas de un plateado fuerte contra el que no pudiera levantarse, el
resultado fue a la mañana siguiente se golpearon, mas por resentimiento de no
haber podido desfogarse en su forma de lobo que por las razones que los
motivaba, poco pudieron ya que el resto del pueblo los separaba enseguida y
intervenían buscando las razones y pudiendo al fin dialogar como personas y no
como bestias, con forma humana les resultaba más fácil manejar la situación,
así si había un modo y tiempo suficiente, mientras se preparaba a varios del
pueblo para dominar y contener a los sus jóvenes más efusivos, resultó gracioso
ver como el herrero era el más paciente pero más imponía al resto de lobos
adultos, ya teníamos la pieza clave.