Tacones inmortales,
Que con cuyo fuego ensalza el espíritu
Al fragor de la fiesta.
Nunca muere su voz,
Que con estruendo en su día ensalzó al alma
De su tierra,
Que se yergue altiva
Al corazón de sus amantes,
Que alborotan la sangre del transeúnte con esa llama divina
fallera.
Las manos se alzan y en plena unión aclaman al primer
estallido, expectantes y deseosos,
De regocijarse al clímax de la tempestad tan clamada y
ansiada,
Esa mascletá que
seduce a jóvenes y mayores, a hombres y mujeres sin excepción.
Con una lágrima sus rostros son iluminados de colores y
embriagados de pólvora,
En esas noches
estrelladas de pasión y alegría,
Donde se rinden al
rey nocturno de los cielos,
Ese castillo que con
entusiasmo nos lleva al lecho, con esa euforia aun latente,
Ferviente temblor de magia que inunda las venas y el alma.
Caminar devotos a
nuestra anfitriona y señora,
Con respeto y adoración incondicional,
En la humilde
generosidad y expectación que es postrada ante sus ojos,
La primavera se abre
camino en su manto de claveles abrazando su imagen,
Vestida con honor
para la ocasión por su madre tierra,
Por el espíritu de la
pasión fallera donde el fuego es su mirada,
Y el calor del corazón el himno que trasciende los cielos en
la voz teñida de emoción.
Postrándose, fieles al clamor con dulce seducción,
Caen rendidos al fin, devorados por su furor,
Sin perderse en la última llama llamada, a la despedida de
su amor,
Donde arden sus ilusiones, tristezas... donde el eterno
renacer se consuma,
En un grito que
prende los cielos de llamas…
Y la visión del fuego
que consume el monumento,
Despierta siempre de su sopor la pasión de esta tierra,
La falla, misionera
de sueños, dueña de la voz y el pensamiento oculto.
Se consume rodeada
del silencio de sus amantes,
Acompañada hasta el
final fielmente a su honor,
Con lágrimas la
despiden
, clamando la honran entregados a su querer un año más...
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